lunes, 2 de noviembre de 2009

El celular


En la bitácora de navegación de "Crónicas de Cuba" me han dejado este pasaje de la Cuba de hoy. De más decir que he vacilado un montón este comentario del colega y amigo holguinero Jorge Luis Cruz, buen comunicador y cuasipadre responsable. Los dejo pues con esta sugerencia.

por Jorge Luis Cruz B.
Yo no tengo celular. Aunque eso en mí no es noticia, pues a decir verdad jamás he tenido demasiado acceso a eso que llaman tecnología de punta, ni a casi nada con esa forma. A Windows lo conocí cuando ya iba por el 98 y pasó mucho tiempo antes que me presentaran el Office 2000, mientras el Xp sigue siendo para mi computadora como el Príncipe Azul para la Bella Durmiente.

Muchas veces he culpado al karma. Durante el Pre llegaba casi siempre tarde a la moda por razones completamente ajenas a mi voluntad, y en más de una ocasión en la universidad llegué a pensar que definitivamente me había caído del mundo y no lograba encontrar la puerta de entrada.

Ejemplo es que ya estamos en la era de los MP4 y yo lo más cerca que he estado de un MP3 fue cierta vez que fui a la agricultura en un KP3 y otra en que me mandaron a hacer un reportaje a la KTP, aunque algo me dice que no es lo mismo.

Cuando hace algunos años logré hacerme por fin de un VHS ya surcábamos la era del VCD; cuando ya casi tenía el dinero para uno, me preguntaron que por qué mejor no compraba un DVD; seguí el consejo y cuando por fin reuní lo suficiente, me tiraron un cubo de agua fría: “¡bah! ese no tiene entrada USB”.

Con tanto cambio tecnológico no puede la economía de nadie y menos la de alguien que todavía conserva el proyector ruso sobre el closet; guarda los vasos desechables en el aparador; pone a convivir los cubiertos plásticos con los de acero inoxidable, conserva un juego de dominó que le falta el doble cinco y se pasó toda la beca jugando con un mazo de cartas que entre las barajas tenía un cartonsito con una lacónica inscripción: “este es el 3 de bastos”. Quizás por eso ante tanta indecisión tecnológica, terminé tomando una decisión sabia y determinante para mis ahorros: canastilla.

Pero bueno, tampoco digo que sea un tecno-fóbico convencido, al contrario. Me encanta “estar en la última” (algo que para los cubanos es virtualmente lo opuesto) y tener “lo que tenía que tener” como decía el buen Guillén.

Ejemplo es que sigo deseando un celular, aunque sólo sea para ver la hora de vez en cuando o de agenda electrónica ocasional, como el de Pepito un socio mío de la Secundaria a quien encontré por casualidad el otro día.

Gracias a él pensé que por fin iba a estar más cerca de portar en la cintura uno de esos geniales inventos. No es que Pepito (o casi Don Pepe) me fuera a comprar alguno en un rapto de eterna gratitud por alguna que otra frase susurrada en sus oídos en momentos en que él sudaba copiosamente frente al pizarrón con una tiza en la mano. No. Mis conclusiones partían de que si Pepito jamás llegó a enterarse en las clases de Biología de que la célula estaba formada por núcleo, membrana citoplasmática, mitocondrias, vacuolas, etc y ya andaba con un celular en la cintura, el mío debía de venir en camino; por santa lógica, diría yo.

Al principio me preocupé. Había leído tanto del cáncer producido por causa del uso reiterado del celular, que llegué a temer por la vida de Pepito. Afortunadamente pude disfrutar de su poder de síntesis ante la llamada desesperada de su mujer por la caída de la niña en la casa: “te llamo pa’ lla”, al tiempo que salía disparado para “el público” de la esquina. Decididamente de aquí a que Pepito muera de cáncer por esa causa van a pasar unos cuantos años más.

Lo que sí me disgustaron fueron los cambios de celulares (como medulares, pero más profundos) que advertí en Pepito: pese a su gordura, ahora usaba la ropa por dentro, cuando nos sentamos a conversar, primero colocó el celular sobre la mesa y después se sentó él, para piropear a las muchachas lo hacía invariablemente con la mano en la cintura, y si tenía que sacar alguna cuenta, aunque fuera 2 por 2, se servía del útil inventico. El colmo fue que tuve que asistir a una sesión de fotos de media hora antes de que él apuntara mi número en su celular para que junto con la cancioncita saliera también mi imagen en la pantalla.

De la conversación con Pepito salí igual de entusiasmado con tener un celular, pero también más convencido de que cuando lo tenga, no va a ser para mí, como para él, un modo de vida, pues quizás de aquí a algunos años el celular estará también junto al proyector ruso sobre el escaparate, y yo muriéndome de la pena por lo ridículo que alguna vez fui.