jueves, 31 de diciembre de 2009

Vaticinio, predicción… La letra del año


Tomado de Cubadebate
El escenario religioso santero continúa iluminándose cada primero de enero. En esta fecha aún no sabemos que orichas gobernarán el 2010. De seguro las reuniones se están preparando. Todo un himno a la creación colectiva. Nada debe echar por tierra la energía simbólica de estos pronósticos del oráculo. No hay en ello nada oscuro. Todo lo contrario. La actividad del hombre, que en definitiva es la que cuenta, es la determinante en la aparición y reaparición de estos augurios. Es el hombre, con su capacidad para interpretar la palabra divina quien otorga orden y unidad al contenido concreto de su vida y de sus actos, se le contrapone activamente y lo regula. Es el momento en que el futuro se presenta ante los individuos en forma de advertencias que actúan de manera inmediata sobre la imaginación y los sentimientos, e inspiran el culto, y más aún, la actuación cotidiana.
En mis largas conversaciones con santeros y babalawos, de las más variadas condiciones y autoridad, he constatado que esta multiplicación infinita de posturas, actitudes, maneras de interpretar los cultos y los ritos, la legitimidad de los patakíes, e incluso, los diferentes contenidos de las letras del año, no quita el sueño al religioso de fila, aunque, con igual fuerza defiendan la idea de que la palabra de Dios es una, válida para todos y con carácter excluyente de otras palabras divergentes. También es cierto que este abanico de apariciones diversas, inquieta a algunos ancianos celosos de la tradición o a otros con cierta tendencia a la introversión teológica.
Estos y otros sucesos contradictorios de las ceremonias de apertura del año, como de las demás ceremonias y rituales religiosos de la santería cubana, tienen como trasfondo y denominador común, lo que hemos dado en llamar el antroposociomorfismo, es decir, la comprensión de las deidades, de sus voluntades, de sus deseos y de sus actos a imagen y semejanza del ser humano, de las relaciones sociales contradictorias entre los hombres. Se atribuye a los dioses las determinaciones humanas y sociales en general, en correspondencia con el principio de la extrapolación de lo conocido a lo desconocido, es decir, de la comprensión de lo desconocido con arreglo a esquemas de pensamiento correspondientes a esferas conocidas de la actividad social.
Desde este punto de vista, nada autoriza a reconocer como más legítima una reflexión teológica respecto de otra, o un ritual con respecto a otro diametralmente opuesto, o una letra del año con respecto a otra, incluso, la más peregrina de ellas; ni por la jerarquía de los ejecutores, ni la edad, ni el número de seguidores que tenga, ni el dudoso criterio de cercanía a la tradición decimonónica africana, ni el de su mayor o menor difusión entre los creyentes. Pues cada experiencia del individuo, del grupo o de la comunidad constituye una singularización, un momento concreto, una forma específica de manifestación del complejo sociocultural que los comprende.
Esta ceremonia tan esperada por la comunidad religiosa a inicio de cada año, en tanto norma y maniobra cada vida en particular, y la de la nación en general, es algo en perpetua creación por parte de los propios religiosos, es la confluencia ideal, objetiva y subjetiva a un tiempo, de los nexos reales y las circunstancias que la hacen posible.
Las normas, las ofrendas y los sacrificios que realizan los hombres para obedecer al oráculo y ajustarse a los augurios y la correspondiente “respuesta” de las deidades es el fuego en el que se recuece la confianza religiosa, la fuente de la cual ésta obtiene su sabia y su poderío moral.
Tomemos conciencia de que las Letras del Año son un prisma a través del cual se percibe y se piensa el mundo y, correspondientemente, una fuerza que moviliza las energías y las actuaciones humanas. Su rica variedad ofrece un amplio abanico de actitudes y valores que son asimilados por los practicantes llamados a convertirse en normas y estándares de conducta, en fuerzas sociales activas. Sería profundamente erróneo, en aras de lograr una falsa coherencia formal, intentar privarle la existencia a uno de estos vaticinios.
El signo, el testigo, el orisha que gobierna, el que acompaña, la bandera, el ebbo, los refranes y las recomendaciones; es lo que hace falta para dar orden y coherencia al año que está a punto de presentarse: el año 52 del triunfo de la Revolución.

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