Por Julia E. Sweig
La era post-Castro en Cuba ha llegado. Pero su arquitecto principal es Raúl Castro.
Su plan de reformas no tiene las recetas formuladas en un libro de
texto de ciencias políticas o las orientaciones de un programa de
ajuste estructural del FMI. Nada de elecciones multipartidistas. Nada
de Starbucks, Walmart o Burger King. No mucha prensa independiente.
Pero poco a poco, Cuba está experimentando una transformación
significativa en las expectativas básicas que los ciudadanos cubanos
tienen del estado, y viceversa. La visita de Lula esta semana puede
enfocarse en Venezuela, pero por todas partes Cuba se está convirtiendo
en una sociedad más libre, más abierta y sí, más democrática.
A mediados de mes, una nueva ley se puso en vigor para eliminar las
restricciones de viaje para casi todo el mundo: los cubanos ya no tienen
que pagar un precio exorbitante o esperar por la “tarjeta blanca”
–permiso estatal– para viajar. Ahora solo necesitan una visa, como el
resto del mundo. Y si quieren vivir y trabajar en el exterior, los
cubanos ya no perderán sus propiedades y status residencial; un gran
paso de avance para la libertad y los derechos humanos, y también un
potencial impulso económico.
Los negocios y la ganancia ya no son malas palabras. Funcionarios de
rango proyectan que con las nuevas leyes y regulaciones que empoderan a
los pequeños negocios, dentro de cinco años el 50% de la economía
estará en manos privadas, no del estado. Bajo las nuevas reglas,
individuos y cooperativas pueden emplear a gente, obtener
financiamiento bancario, procurar artículos de un mercado mayorista y
lograr ganancias. De seguro hay incontables problemas; pero estos cada
vez más son de naturaleza práctica, no ideológica, más acerca de la
necesidad de construir capacidad y experiencia, mientras que antes el
sector privado era visto como un mal necesario. Ahora este nuevo
espacio tiene legitimidad y capacidad.
También está tomando forma un sistema progresivo de impuestos. Esto
no es un mero ajuste técnico. Con la nueva descentralización, los
gobiernos provinciales y municipales obtendrán y gastarán sus
presupuestos provenientes de los ingresos por impuestos recogidos en la
base, y el gobierno central pagará una cuenta mucho menor
–principalmente educación, salud y defensa. Los cubanos están
acostumbrados a recibir todo gratuitamente. La idea de que trabajarán,
pagarán impuestos y recibirán cuidados de salud, educación y una
pensión, pero no mucho más, representa un cambio político radical.
El próximo mes, Raúl Castro comenzará su segundo y
probablemente último período de cinco años como presidente de la
República de Cuba. La lista de candidatos representa un gran paso
adelante, tanto demográfico como político. Alrededor de 67 por ciento
de los candidatos para los 612 escaños son totalmente nuevos, y de
ellos, más de 70 por ciento nacieron después de 1959. Las mujeres
comprenden 49 por ciento de los candidatos y 37 por ciento son
afrodescendientes. A los electores cubanos se les pedirá que vote Sí o
No de esta nueva lista, así que no es una competencia directa. Pero si
ustedes quieren comprender de dónde saldrían los sucesores de la era
post post-Castro, yo buscaría en este grupo.
Julia E. Sweig, de la Fundación Nelson y David Rockefeller, es la
miembro principal de sus Estudios Latinoamericanos del Concejo de
Relaciones Exteriores.
Tomado de Council on Foreign Relations publicado por "Cartas desde Cuba"
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haz tu comentario...