Combatientes del Moncada.
por Daylén Vega, Jorge Legañoa y Yosbel
Bullaín
Una llamada fugaz
confirmó que podríamos asistir. Lo que vino después es la crónica de estos tres
periodistas, listos –cámaras, libreta de notas, bolígrafo y mucho entusiasmo–
para ser testigos de una reunión excepcional de que nunca habíamos escuchado:
la de los moncadistas y expedicionarios del Granma que cada año esperan las 12
de la noche del 26 de julio para reeditar aquella última arenga de Fidel antes
de partir en la mañana de la Santa Ana al imposible: tomar por sorpresa el
cuartel Moncada en Santiago de Cuba.
Solo tuvimos que
caminar par de calles, pero el calor de Santiago, aún a las nueve de la noche,
se nos pega a la ropa. Cuando terminamos de subir la cuesta de la Loma de San
Juan, la brisa nos refresca y comenzamos a divisar, uno tras otros, los rostros
de nuestra historia: andan despacio, “los años pesan”, comenta uno, pero “el
carácter es indómito, como Santiago, por eso nos reunimos todos los años a recordar
la vigilia del 25 de julio, la víspera del Moncada”, entre risas señala Pedro
Trigo, quien perdió a su hermano en aquellos sucesos.
Para estos combatientes es difícil olvidar las palabras de
Fidel aquella larga noche antes del asalto al Moncada: “Compañeros: Podrán
vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo
bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos
mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el
gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir
adelante. (…) ¡Jóvenes del Centenario
del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de
¡Libertado o muerte! (…) Los que estén determinados a ir, den un paso al frente”.
Brotan los recuerdos
tristes de los hermanos caídos en aquellos días y de muchos más que dejaron su
vida en el camino en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista; pero
también los reconforta saber que la sangre no se derramó en vano. Desde una
esquina, en un amplio salón, somos testigos de este reencuentro de historia.
Regresan los abrazos una y otra vez. En cada apretón va el orgullo, el saberse
cumplidos con Cuba y seguir viviendo para contarlo.
De entre
la muchedumbre, una de las clandestinas de aquellos tiempos evoca una tonada de
Juan Almeida y al momento los rostros se iluminan, se hace silencio y se unen
en un coro “Ya me voy de tu tierra, mexicana bonita,
bondadosa y gentil, y lo hago emocionado como si en ella dejara un pedazo de
mí. / Y ahora que me alejo para el deber cumplir, que mi
tierra me llama a vencer o a morir, no me olvides, Lupita; ay, acuérdate de
mí”.
Uno de los viejos combatientes,
Ramón Pez Ferro –El sobreviviente–, nos asegura que si fuese necesario, como
aquel 26 de julio “empuñaríamos las armas de nuevo”, porque el Moncada abrió
las puertas para una gran insurrección nacional donde el ejemplo de Fidel hizo que
el pueblo entero se volcara a aquella lucha que le costó 20 mil mártires a
nuestro pueblo.
Son casi las 12 de la noche, estamos a la expectativa porque dicen que
Agustín Díaz Cartaya, creador del Himno del 26 de julio, vuelve a dirigir a los
combatientes para cantar sus notas. Fidel le había pedido a Díaz Cartaya tres
días antes dar vida a una marcha que en sus orígenes se llamó Himno de la
libertad.
Díaz Cartaya al centro.
Todos están de pie, combatientes al fin, en atención, esperando la
orden. En el momento preciso Agustín toma el micrófono y viene la dirección del
músico: 1, 2, 3 y se hace la canción… mil veces entonada por ellos como si
fuera la primera vez seis décadas atrás: “Marchando, vamos hacia un ideal / sabiendo que hemos de triunfar / en
aras de paz y prosperidad / lucharemos todos por la libertad”.
“Adelante cubanos / que Cuba premiará nuestro
heroísmo / pues somos soldados / que vamos a la Patria liberar (…) limpiando con fuego / que arrase con esta plaga
infernal / de gobernantes indeseables / y de tiranos insaciables / que a Cuba /
han hundido en el mal (...)”.
Un aplauso enorme llega, vuelven los abrazos y las felicitaciones por un
nuevo aniversario del 26 de julio. Se escuchan unos ¡viva la revolución Cubana!, ¡vivan los
mártires del Moncada!, ¡viva Fidel!, ¡viva Raúl!, ¡viva el Socialismo! que son
respondidos por voces que parece de veinteañeros y cierran con un ¡Patria o
muerte!, ¡Venceremos!
Atrás dejamos a
María Antonia –la de la carta del Che a Fidel, testigo de cuando esos grandes
se conocieron–, también a Agustín Díaz Cartaya, a Pedro Trigo, a Pez Ferro y
otros tantos combatientes. Ya es entrada la madrugada del 26 de julio y
Santiago aún se siente que hierve. Apresuramos el paso porque en un rato hay
que salir al Moncada pero llevamos el corazón lleno de anécdotas de esos
hombres y mujeres que después de seis décadas continúan dándolo todo por Cuba.
¿El título de esta nota? Las revelaciones de una noche antes del Moncada.
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